La sociedad ha cambiado de manera drástica en menos de un siglo y medio. Nuestra forma de comunicarnos, entretenernos, estudiar, comercializar, emprender y trabajar; hoy va de la mano con las nuevas tecnologías. Y es lógico dado que difícilmente uno puede resistirse a economizar tiempo y dinero. ¿Para qué me voy a comer una fila inmensa en el banco si puedo pagar las cuentas desde casa? ¿Para qué voy a alquilar un local si puedo vender mis productos por Internet? ¿Me conviene pagar un profesor particular o mirar videos en Youtube de otros docentes explicando el tema?
Si somos responsables y doctos en el uso de este nuevo mundo, nuestras posibilidades de crecimiento son inmensas. Sólo necesitamos de un dispositivo (celular, tablet, computadora, etc.) y de una conexión a internet para poder acceder a la ciudad más grande jamás creada: la red. Una ciudad que - como muchas otras - tiene biblioteca; puntos de encuentro, parque de atracciones, cine, bancos, escuelas, supermercados y demás. Una urbe que difícilmente duerme y donde la mayor parte de sus ciudadanos - sin importar su condición, origen, sexo, religión o idioma - goza del acceso “gratuito” a incontables puntos de la misma.
Hace dos décadas, aproximadamente, saqué la “ciudadanía”. Al principio, sólo paseaba por lugares específicos y seguros (ej. Youtube). La urbe no estaba tan poblada como ahora y alejarse un poco más de lo normal, era algo que a muchos nos atemorizaba. Todo era nuevo y hasta los carteles de “Tu computadora ha sido infectada. Límpiala con este antivirus” o “Eres el visitante N° 999,999. Reclama tu premio ya” resultaban creíbles. Desconocíamos el hecho de que una computadora podía infectarse con virus. Nos parecía muy loco. ¿Virus? ¿En una máquina? ¡Dale, ché! ¡No me digas que las compus también se enferman!
Pasaron los años y mi “sentido arácnido” se fue agudizando cada vez más. Lograba identificar las amenazas con relativa facilidad y, poco a poco, me animaba a explorar más allá de lo conocido. Foros, blogs, páginas de descargas, bibliotecas, etc. A veces ni sabía a dónde me estaba metiendo. Todo eran aventuras para las cuales yo sólo llevaba mi “mochila de sentido común". Un lindo morral que construí luego de darme la cabeza varias veces contra la pared. Ese fue el precio de mi mochila. Un valor relativamente bajo para todo lo que después conseguí disfrutar de la ciudad digital.
Adquirí habilidades y solucioné problemas gracias a videotutoriales. Leí muchísimo gracias a bibliotecas y revistas digitales. Conocí gente gracias a videojuegos y aplicaciones de chat. Intercambié ideas gracias a blogs y foros. Descargué herramientas útiles gracias a sitios web de descarga. Facilité muchos trámites gracias a bancos, aplicaciones de compra-venta y sitios web gubernamentales. “Viajé” a muchísimos países gracias a fotos, videos, cámaras en vivo e imágenes satelitales. Resumidamente, la ciudad digital amplío mi perímetro mental y “físico”. Y éste es el tipo de apertura que intentó generar en mis alumnos mediante el internet y los diferentes tipos de tecnología.
Con realidad aumentada, “materializamos” los objetos de estudio (un planeta, un animal, una parte del cuerpo humano, etc.) y enriquecemos la experiencia de aprendizaje. Con programación y robótica, llevamos a la realidad nuestras ideas (una aplicación, un juego, un casco de ciclista inteligente, etc.). Con el diseño gráfico y/o web, conseguimos comunicar y exhibir nuestros proyectos al mundo. Con aplicaciones de inteligencia artificial, se nos facilita el desarrollo de producciones con alto impacto social y personal (una canción, un video cinematográfico, un asistente virtual, etc.). Con ciberseguridad, descubrimos cómo prevenirnos y cómo aconsejar a los que más queremos. Con bases de datos, visualizamos la importancia de los datos en el mundo y su correcta organización. Finalmente, con herramientas como Google Earth, Google Street View, cámaras en vivo, sistemas de traducción automática y aplicaciones de chat global - entre otras - descubrimos que nuestra distancia con el resto del mundo no es tan grande como pensábamos.
En definitiva, la alfabetización tecnológica tiene la capacidad de nutrir nuestras vidas de manera radical. Por eso es importante acercar - y educar sobre - estas tecnologías y ciudades digitales a la mayor cantidad de personas posible. La brecha digital - expresión que se utiliza para describir una situación desigual (entre personas) frente a la posesión de dispositivos, capacitación y/o servicios tecnológicos - no puede ser un tema menor. Todo bienintencionado debería poder nutrirse y contribuir con nuestra metrópoli virtual. Como bien decía Kofi Annan, ex secretario general de la ONU: “El conocimiento es poder. La información es libertadora. La educación es la premisa del progreso, en cada sociedad, en cada familia”.
~ Marcos.
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